Este fin de semana he estado en una boda en Cádiz. Sólo había estado una vez en la ciudad de Cádiz, hace mucho tiempo, por motivos laborales, y tan sólo unas horas, por lo que no me había dado tiempo a disfrutar plenamente de los encantos que esta ciudad puede ofrecer a aquellos que la visitan.
Desafortunadamente, a la ciudad de Cádiz se la conoce por sus carnavales, y digo desafortunadamente no por que los carnavales sean malos, al contrario, que no lo son, si no por que los que miran Cádiz únicamente por sus carnavales no ven más allá de sus narices.
En un emplazamiento envidiable, lengua de mar comunicada con el continente por un delgado hilo de tierra, esta rodeada por el mar por todos sus lados, siendo esto a su vez una virtud para los que viven en ella, y una pesadilla para los que tratan de vivir allí, ya que no hay más sitio para construir.
Tires hacia donde tires, siempre llegas al mar, lo cual es una ventaja, pues nunca te pierdes, pero no por eso llegas donde quieres. Siempre llegas al mar, pero no donde quieres.
Siempre hay brisa, al contrario de muchos sitios en los que he vivido (Sevilla o Puertollano), siempre hay brisa, si no de levante, de poniente, con lo que ello conlleva hablando de temperatura y de confort en verano. No se como será Cádiz en invierno, pero si sé que el mar suaviza las temperaturas, por lo que no se debe de estar mal.
Hablar de Cádiz es hablar de olor a mar, de olor a pescado, de calles estrechas de estilo colonial llenas de tascas y bares, de color azul, de frescor a brisa del mar sin que provenga de un ambientador del mercadona. Hablar de Cádiz es hablar de Pichas, de quillos, de tortilla de camarones, de plazas de piedra con farolas de hierro negro, terrazas con sombrillas y camareros amables que te traen una cañita fresca mientras lees el noticiario de la mañana, que aunque sean las 11, se apetece una cañita. Cádiz es más que eso.
Cádiz es una puesta de sol de color naranja y olor a salitre, frescor marino y silencio, poco a poco, las gaviotas juegan a tu alrededor, mientras el sol va cayendo lentamente al mar a apagarse en la noche.
Y mientras, la luna por el levante se va alzando, llena de plata, para dejar las agitadas aguas llenas de pequeñas hebras plateadas que poco a poco van formando un camino plateado perpendicular a la luna llena, del que parece que el mismísimo Poseidón vaya a salir chorreando gotas de plata por sus marcados pectorales, sus hombros firmes y duros van dejando caer el agua que hasta hace poco era de plata, y una corona de algas se queda firme en la majestuosa cabeza que seria, contempla una ciudad iluminada en la noche por las farolas del paseo marítimo.
Por que eso, y más, es el Cádiz que he podido ver este fin de semana.
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