sábado, 24 de octubre de 2009

Primer Puerto. Atenas

(Con este comenzamos una serie de post en los que iré relatando mi versión del viaje de Novios. Mi versión imaginaria puede variar de la realidad levemente, medianamente o mucho.)

El rocoso perfil que rodea a la urbe recuerda los paisajes ibéricos, por donde los griegos antiguos crearon cosas tan útiles como la democracia o el arte de la guerra. Saber que por estos parajes pasearon hombres como Pericles, Anaxágoras o Aristóteles me embargaba de ilusión, hacia que el aire que respiraba me hiciera sentir especial, el paisaje, gracias a la imaginación, iba poco a poco perdiendo ladrillo y chimeneas, por mármol, madera y olor a mar.

El puerto del Pireo, que albergaba la mayor flota de la antigüedad, ahora era el nido de los cruceros, con ávidos turistas deseosos de embriagarse en la cultura griega. La imagen del cielo acompañaba a mi ensoñamiento, entre nubes y claros, nubes de color gris tormenta dejando atravesar rayos de sol iluminando las aguas del Pireo. Supongo que me sentía como Temistocles observando el cielo y el mar antes de la batalla de Salamina.


Mi ensoñamiento continuaba con la vista de la aun lejana Acrópolis, a la que poco a poco nos acercábamos andando por la empinada calle de Apostolou Pavlou, donde se podían ver trozos de piedras, muestras de la vegetación local, y una vista lejana de la Acrópolis que dejaba fascinados a todos.

Tocar la misma arena que un día tocaron Sófocles, Alejandro Magno o Platón me emocionaba a cada paso que daba. Las ruinas del Partenón, menos majestuosas debido a los andamios, dejaban ver los restos de la explosión del polvorín turco que dejó la mitad del edificio en el suelo gracias a un bombazo de los venecianos. El mármol y las vistas de Atenas desde el lugar eran impresionantes.

Poco me faltó para buscar al Gran Patriarca, a Seiya y a Siryu, o reclamar mi armadura de oro como digno defensor de la diosa Atenea. Me senté en un escalón, lejos del mundanal ruido de las excursiones de turistas que, menos sensibles que yo, pasaban por el lugar sin saber ni siquiera las cosas que por aquí habían ocurrido, sin saber que por donde pisaban ellos, una vez pisaron personajes ilustres. Mirando abajo, a la ciudad, pude imaginar a los defensores del Partenón ante los persas, luchando en vez de huir una vez que la ciudad estaba perdida. Pude ver a los turcos, a los venecianos, a cruzados, ejércitos de distintas épocas, de distintas vestimentas, pasar por aquí para derramar la sangre de sus enemigos en el afán de conquistar la plaza fuerte de Atenas. ¿Cuanta sangre ha corrido por estos escalones que ahora toco con mis manos?.




Tras dejar atrás la vorágine de imaginación que me produce el Partenón, bajamos al barrio de Plaka, donde se puede ver lo mejor que los griegos pueden ofrecer para los turistas. Esponjas naturales, multitud de chucherias imitacion de las columnas griegas, etc... Pasando de eso, me meto en el metro, y me dirijo a los barrios, donde se disfruta de la vida griega. Me tomo un Souvlaki en la parada de metro del Pireo (la Mousaka ya me la habia tomado con anterioridad), y embarco en mi USS Enterprise para continuar con mi importante misión vital camuflada de viaje de novios.

El puerto del Pireo se despide de mi con una preciosa puesta de sol, como invitándome a volver algún día.


Que poderosa herramienta es la imaginación, y que libres somos de usarla como más nos guste.

No hay comentarios: