El rocoso perfil que rodea a la urbe recuerda los paisajes ibéricos, por donde los griegos antiguos crearon cosas tan útiles como la democracia o el arte de la guerra. Saber que por estos parajes pasearon hombres como Pericles, Anaxágoras o Aristóteles me embargaba de ilusión, hacia que el aire que respiraba me hiciera sentir especial, el paisaje, gracias a la imaginación, iba poco a poco perdiendo ladrillo y chimeneas, por mármol, madera y olor a mar.
Mi ensoñamiento continuaba con la vista de la aun lejana Acrópolis, a la que poco a poco nos acercábamos andando por la empinada calle de Apostolou Pavlou, donde se podían ver trozos de piedras, muestras de la vegetación local, y una vista lejana de la Acrópolis que dejaba fascinados a todos.
Tocar la misma arena que un día tocaron Sófocles, Alejandro Magno o Platón me emocionaba a cada paso que daba. Las ruinas del Partenón, menos majestuosas debido a los andamios, dejaban ver los restos de la explosión del polvorín turco que dejó la mitad del edificio en el suelo gracias a un bombazo de los venecianos. El mármol y las vistas de Atenas desde el lugar eran impresionantes.
Tocar la misma arena que un día tocaron Sófocles, Alejandro Magno o Platón me emocionaba a cada paso que daba. Las ruinas del Partenón, menos majestuosas debido a los andamios, dejaban ver los restos de la explosión del polvorín turco que dejó la mitad del edificio en el suelo gracias a un bombazo de los venecianos. El mármol y las vistas de Atenas desde el lugar eran impresionantes.
Poco me faltó para buscar al Gran Patriarca, a Seiya y a Siryu, o reclamar mi armadura de oro como digno defensor de la diosa Atenea. Me senté en un escalón, lejos del mundanal ruido de las excursiones de turistas que, menos sensibles que yo, pasaban por el lugar sin saber ni siquiera las cosas que por aquí habían ocurrido, sin saber que por donde pisaban ellos, una vez pisaron personajes ilustres. Mirando abajo, a la ciudad, pude imaginar a los defensores del Partenón ante los persas, luchando en vez de huir una vez que la ciudad estaba perdida. Pude ver a los turcos, a los venecianos, a cruzados, ejércitos de distintas épocas, de distintas vestimentas, pasar por aquí para derramar la sangre de sus enemigos en el afán de conquistar la plaza fuerte de Atenas. ¿Cuanta sangre ha corrido por estos escalones que ahora toco con mis manos?.
El puerto del Pireo se despide de mi con una preciosa puesta de sol, como invitándome a volver algún día.
Que poderosa herramienta es la imaginación, y que libres somos de usarla como más nos guste.
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