lunes, 17 de marzo de 2008

Soy una gota de agua


Algunas veces no puedo sino maravillarme ante la inmensidad del océano. La playa es lo que tiene, que me hace pensar y sentir nostálgico. Cuando estoy de pie en la orilla, con los pies mojaditos, mirando al mar, imagino la ingente cantidad de agua que tengo justo enfrente. Imagino que una sola gota de este océano inmenso lleva años y años viajando con las mareas y la corriente. Imagino que soy una gota de agua.

Me despido de las costas onubenses, para adentrarme en el océano atlántico, ascendiendo lentamente por la acción de los vientos hacia el norte. Dejo a mi derecha las costas lusas, y las islas británicas junto con noruega, llegando al norte, al Ártico. Entre Groenlandia e Islandia, si no tengo la suerte de quedar para la posteridad atrapada en los hielos eternos del ártico como agua pura y cristalina, bajaré poco a poco y me quedare con mis demás compañeras enfriándome mientras rodeamos Groenlandia. Como mis compañeras que se quedan en el hielo sueltan su sal que debe ser absorbida por las demás, nos hacemos mas pesadas y frías, y comenzamos a caer y a caer….

Durante la caída puedo ver la belleza de nuestros océanos. El paraíso azul, poco a poco, se va transformando en el abismo azul. El agua en el ártico es azul, al contrario de en la mayoría de los mares del mundo, que es verdosa, debido a que en el ártico, al igual que en el antártico, hay poca vida que contenga clorofila. A medida que voy descendiendo la luz se va haciendo mas tenue, hasta que llega la completa oscuridad. Aquí es donde podemos contemplar a los habitantes más extraños de nuestros océanos.

En la oscuridad más absoluta, comienzan levemente a vislumbrarse luces. No es la Atlántida, ni cualquier cosa esotérica, son medusas y calamares luminiscentes, que nadan poco a poco alimentándose de unicelulares. Se iluminan por la acción de bacterias luminiscentes con las que viven en simbiosis. Muy cerca de ellos una enorme masa negra se acerca. Yo no tengo nada que temer, por que soy una gota de agua, pero los calamares y las medusas… El cachalote se alimenta de ellos, mas bien, tiene que beber agua, algo inexplicable para un organismo marino, pero debe beber agua. Y como yo soy una gota de agua, pero salada, yo no corro peligro. Las medusas son casi absolutamente agua, agua dulce, y los calamares también, por eso los cachalotes se hunden a beber hasta casi los dos mil metros, están alrededor de una hora, y salen de nuevo a respirar.

Tras recorrer otro trecho enorme, ahora soy testigo de cómo la tierra se renueva y crece. Mi descenso me lleva junto a la dorsal atlántica, la cadena montañosa mas larga y grande de la tierra. Sus picos se elevan tres mil metros sobre el fondo oceánico, y a lo largo de todo el atlántico, la cadena de volcanes expande poco a poco el suelo, lentamente, a cinco centímetros por año. La piedra más joven va formando las cordilleras y se hace más vieja conforme nos alejamos de la dorsal. Aquí otras compañeras que se acercan demasiado se calientan por la acción de la lava, se mezclan y salen a borbotones de entre las piedras a una elevada temperatura. Aquí comienza de nuevo la vida. Una vida que no conoce la luz del sol. Enormes gusanos tubulares aprovechan el agua rica en sulfuros para vivir, como si de la luz del sol se tratase. Las bacterias con las que viven en simbiosis que pueblan el interior de sus cuerpos en forma de tubo transforman la energía de los sulfuros en energía orgánica. Todo un ecosistema vive en estas oscuras profundidades, los gusanos, moluscos del tamaño de un brazo y cangrejos de color blanco y ciegos pululan alrededor de las dorsales oceánicas.

Pero este no es mi destino, y continuo viajando poco a poco, pasando por el fondo cruzo el ecuador, la cuenca marina sur atlántica y llego en un lento camino sin alteraciones hasta las inmediaciones del cabo de hornos. Aquí la cosa cambia. Las corrientes se hacen más turbulentas, como atestiguan marinos de todas las épocas. Entre empujones nos vamos arrastrando unas a otras, como el tráfico de la SE-30 en hora punta. La corriente circumpolar antártica me traslada de oeste a este, absorbiendo agua de todas las corrientes oceánicas de todos los mares, y no se detiene nunca en un eterno girar al continente sin jamás tocarlo. Aquí se reciben aguas de todos los mares y ríos, se mezclan, pierden su identidad y suben y bajan entre el oleaje espumoso y los hielos de la banquisa antártica. Junto a esta aguas, algunas compañeras son lanzadas al norte por el atlántico, otras al indico, y yo tomo la salida del pacifico, dejando la costa oeste de Suramérica a la derecha, voy subiendo poco a poco hasta el ecuador, donde nos comenzamos a calentar y a subir a la superficie. Lentamente nos movemos todas hasta el oeste, y llegamos a Indonesia, donde muchas nos enmarañamos entre corrientes, bancos, remolinos y torbellinos, poco a poco pasamos por filipinas, y rodeamos Timor hasta entrar en el océano Indico.



Al cruzar cerca del mar arábigo nos saturamos de sal y descendemos de nuevo, dejando la costa este de África a la izquierda y llegamos al cabo de buena esperanza, donde las corrientes chocan de nuevo. La Se-30 está demasiado cerca, y nos cuesta avanzar, pero al final vuelvo a mi océano, al atlántico sur, donde lentamente nos movemos hasta el ecuador, y después al oeste, llegando a las costas de brasil y al caribe. Entre mojitos y mulatas voy cruzando la costa este de Norteamérica, y de nuevo al norte, donde comienza de nuevo todo.

Han pasado alrededor de mil años.

Cuando paso por la costa de Europa me desvío lentamente de nuevo hasta mi playa, donde al fin puedo descansar de este viaje tempestuoso. He vuelto a mi casa.

Cuando contemplo el océano ante mi, no dejo de asombrarme de la inmensidad de los mares de la tierra y de lo bonitas que son las puestas de sol frente a ellos….




Listening : Equinoxe - Jean Michelle Jarre Live!

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